Les dije, pues: Vosotros veis el mal en que estamos, que Jerusalén está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego; venid, y edifiquemos el muro de Jerusalén, y no estemos más en oprobio. (Neh 2;17)
Se requiere inspiración divina para trabajar en su obra y debemos esforzarnos en ello. Siguen siendo necesarias personas modelos en quien inspirarse; iglesias y cristianos que impacten a su sociedad, no solo por lo que predican, sino por lo que practican y cómo lo practican. El novelista inglés George Bernad Shaw, dijo:
El peor pecado a nuestros semejantes no es el odio hacia ellos, sino la indiferencia hacia ellos. Esa es la esencia de la inhumanidad.
Esto resume la enseñanza de Jesucristo en la Parábola del Buen Samaritano. Él reprendió a aquellos que, sin vergüenza y con cara dura, mostraron total indiferencia. Nehemías no fue así. Mostró interés por sus tradiciones, las necesidades del presente, la esperanza del futuro, su herencia, la ciudad de sus ancestros y por, sobre todo, le importaba la Gloria de Dios. Enfrentó un gran desafío y tuvo una gran fe, en un gran Dios, pero hubiera logrado muy poco si no hubiese tenido una gran dedicación en lo que creía y pretendía. En el trabajo para Dios no hay espacio para críticos o supervisores, pero si para trabajadores y servidores, los cuales mediten en el sueño de Dios: “El lugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre” (Neh 1:9) La historia de Nehemías, el reconstructor, nos enseña, por lo menos tres principios que cosas a considerar:

Primero, el propósito del trabajo. A Nehemías solo le preocupaba una cosa: “La Gloria de Dios” (2:17). Enfrentó burlas de sus vecinos por el oprobio en que quedó Jerusalén, esto es, por la condición de vergüenza y desgracia en que estaba su ciudad. Jerusalén había sido el “gozo de toda la tierra” (Sal 48:2), pero ahora era solo escombros. Surgió entonces la pregunta: Si Dios amaba a Jerusalén, ¿por qué estaba su muro destruido y sus puertas quemadas?, si era la “ciudad santa”, ¿por qué estaba en oprobio? y ¿por qué los judíos no hacían nada? ¿Por qué hoy la gente no considera a la iglesia ni la toma en cuenta? Solo se burlan o critican: Si ustedes son los hijos de Dios, ¿por qué, hay tantos escándalos dentro de la iglesia?; Si Dios es tan poderoso, ¿por qué la iglesia es tan débil? La respuesta es clara: El propósito de toda obra es la Gloria de Dios y no el engrandecimiento de líderes u organizaciones: “yo te he glorificado en la tierra, he acabado la obra que me diste que hiciese.” (Juan 17:4). Dios tiene una tarea y un propósito especial para cada uno de sus hijos (Ef 2:10). Al hacer su obra con humildad y dedicación, glorificamos su Nombre.
Segundo, la forma de trabajar. Nehemías planeó su trabajo y trabajó en su plan. El libro identifica 38 trabajadores individuales y 42 grupos, más aquellos anónimos. Cada uno con una tarea y lugar específico. No es bueno unir ni prestar atención a quienes no tienen interés en la obra. Muchos tienen la idea de que la iglesia es un lugar en donde hallamos descanso y solo quieren mirar desde sus bancas. Es imperioso entender que cada miembro de la iglesia es parte del cuerpo (1 Co 12), por lo que es importante ayudar a otros a descubrir sus dones haciendo más eficaz la obra de Dios; se debe organizar el liderazgo y compartir la visión recibida y tener clara la estrategia de Dios: “Edificar”, “volver a levantar” o simplemente “reconstruir”. Para eso no se necesitó nuevo material. No inventemos nuevas formas y estrategias, sino regresar a las verdades que hicieron a la iglesia grande. Estas verdades son como piedras, esperando por un ardiente Nehemías que las levante y las vuelva a usar, para la Gloria de Dios. “Restaurar” significa “hacer firme y fuerte”. No les interesaba hacer una reparación rápida y débil. Entendían que estaban construyendo la Gloria de Dios y por eso se esforzaron.
Por último, las personas en el trabajo. Los nombrados por Nehemías se parecen bastante a la iglesia hoy. Las circunstancias cambian, pero la naturaleza de las personas es la misma. Dios usa todo tipo de personas: gobernadores y sacerdotes; hombres y mujeres; constructores y profesionales; incluso gente de fuera de la ciudad. Hay un lugar y un trabajo para cada uno. Sin duda, los Líderes deben poner el ejemplo (3:1). Si todos en la ciudad estaban ocupados con el trabajo para la Gloria de Dios, también los sacerdotes debían estarlo. El sumo sacerdote ocupó sus consagradas manos para el trabajo manual, mostrando que, dedicarse a reconstruir el muro era considerado un ministerio para Dios.
Si pues coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios. 1 Cor 10:31.
Sin embargo, algunos no trabajaron. Los de Tecoa vinieron y trabajaron (5-27), pero sus nobles y principales no lo hicieron. ¿Acaso eran ellos muy importantes aristócratas como para no ensuciarse las manos en el trabajo? Pablo era un constructor de tiendas y Jesús fue un carpintero. Algunos trabajan más que otros y, la mayoría, trabajó frente a su casa. Sin duda, “El servicio cristiano comienza en casa”. Frente a tiempos tan difíciles, queda solo preguntarnos: ¿Cómo voy a trabajar para la casa de Dios?, ¿cómo cumpliré su propósito?